Había una vez un pequeño niño llamado Leo que vivía en una casa de dos pisos. Aunque le encantaba jugar en la planta baja con sus juguetes, había algo que lo preocupaba: la gran escalera que llevaba al segundo piso. Cada vez que veía los peldaños altos y empinados, su corazón empezaba a latir rápido, y decidía quedarse en el suelo, donde se sentía seguro.
Un día, mientras jugaba en la sala, su mamá lo llamó desde el segundo piso: «¡Leo, ven a ver algo muy especial!». Leo miró la escalera con ojos grandes y respiró hondo. No quería decepcionar a su mamá, pero el miedo a las alturas lo hacía quedarse quieto.
De repente, escuchó una voz suave que parecía provenir de la propia escalera. «¡Hola, Leo!», dijo la escalera, «Soy una escalera mágica. Si subes mis peldaños uno por uno, descubrirás un mundo de aventuras y nada de lo que temes.»
Leo frunció el ceño, extrañado de escuchar hablar a una escalera. «¿De verdad? Pero… ¿y si me caigo?», preguntó.
La escalera mágica rió suavemente. «No te preocupes, pequeño valiente. Si subes despacio, te daré un secreto: cada peldaño es como una nube que te sostiene fuerte. Solo necesitas confiar y dar el primer paso.»
Inspirado por las palabras de la escalera, Leo puso un pie en el primer peldaño. ¡No pasó nada! Luego el segundo… ¡Tampoco pasó nada! A medida que subía, se daba cuenta de que la escalera no era tan aterradora como pensaba. De hecho, cada paso lo hacía sentir más alto, más fuerte y más valiente.
Cuando llegó al último peldaño, Leo sonrió de oreja a oreja. «¡Lo logré!», gritó con emoción. Su mamá lo recibió con un abrazo cálido y le dijo: «Sabía que podías hacerlo, Leo. Las alturas no son tan temibles cuando confías en ti mismo.»
Desde ese día, Leo ya no temió subir la escalera. De hecho, cada vez que lo hacía, sentía que conquistaba una pequeña montaña, listo para la siguiente aventura en su propio hogar.
Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.